En el momento que estamos viviendo, es fundamental analizar bien la crítica situación sanitaria actual y obtener enseñanzas que nos ayuden a prevenir y superar la próxima ola o pandemia. Para que no nos sorprenda desarmados.
Evidentemente, en el origen de la actual pandemia está un virus nuevo para la ciencia ante el que no sabemos cómo enfrentarnos. Pero también se suma que, a finales de enero, fuimos incapaces de comprender la información disponible y prever que se avecinaba un futuro incierto. Caímos en un exceso de confianza.
Hay que reconocer que la dificultad para reaccionar con más prontitud –con la consiguiente pérdida del mes de febrero, que hubiera sido importante para ganarle la batalla al virus– ha sido internacional y transversal. Ha afectado a muchos países y a expertos de todo tipo. Quienes mejor han respondido tenían experiencia de epidemias recientes (Corea) o una red potente de laboratorios de salud pública y de investigación (Alemania).
Aprender de los errores
¿Por qué nos costó tanto reaccionar? Hay razones psicológicas. Para empezar, con la incertidumbre nos cuesta más entender y prever las consecuencias de sucesos nuevos y poco probables. En consecuencia, respondemos de formas diversas, difíciles de coordinar.
Por si fuera poco, una pandemia en Occidente nos parecía una amenaza impensable. Las anteriores emergencias internacionales de salud pública o no resultaron tan temibles (como la gripe aviar de 2009), o nos parecieron exóticas: poliovirus salvaje y Ébola en 2014, Zika en 2016 y de nuevo Ébola en 2019. Nos olvidamos erróneamente de la globalización y de que ya no es lejano el Oriente. Ahora está a pocas horas, volando en aviones que trasladan a cientos de miles de personas en una semana.
Injustamente, la credibilidad de la Organización Mundial de la Salud (OMS) estaba en horas bajas cuando todo esto empezó. Sobre todo después de las críticas feroces que recibió por la gestión de la gripe A de 2009,