Un pitido intermitente marca el tempo en el quirófano. No hay música ni charla. Solo un agudo pip rompe el silencio. Como un metrónomo, el monitor de constantes vitales mantiene el orden: si el pitido no cambia, todo va bien. Son las 9.30. En la camilla, una mujer sometida ya al letargo de la anestesia. A su alrededor, una decena de sanitarios se mueven en un caos ordenado, cada uno a lo suyo. La operación ya ha comenzado. En el argot médico se llama nefrectomía. En la calle, extirpar un riñón. Ella es la donante. Su hijo, el receptor.

“No tengo duda de que saldrá bien. Somos así de pedantes”, bromea Antonio Alcaraz (Granada, 1960), jefe de Urología del hospital Clínic de Barcelona y cirujano al mando de la operación. Pero no es engreimiento. Es experiencia. El Clínic es líder en España en trasplantes renales de donante vivo (en 2018, hizo 40 de los 293 totales) y Alcaraz es el cirujano con más intervenciones: 1.400 como primer cirujano y otras 400 en el equipo quirúrgico.

En el quirófano, el doctor Lluís Peri avanza. A la paciente, tumbada de lado, le ha hecho tres incisiones mínimas en el costado para introducir los brazos de la laparoscopia que, dirigidos desde fuera, trabajan en el interior como las manos del cirujano. Desde 2002, el hospital hace la extracción con esta técnica menos invasiva para reducir riesgos de infección. “A los cirujanos no nos gusta la sangre”, ríe Alcaraz. Con una tijera eléctrica, que corta y cauteriza a la vez, Peri se abre camino hasta el riñón.

El quirófano de Alcaraz no es como el de las películas. No hay música ni disputas personales. Tampoco riñas profesionales. “El quirófano no es una democracia. Se hace lo que dice el cirujano al mando”, zanja. Con todo, también ahí hay lugar para la distensión y la charla: “Viva España”, vacila Alcaraz. “Visca Catalunya”, responde Peri con sorna. En situaciones complejas, no obstante, el ambiente se torna rígido,

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