Se supone que el Año de la Rata inaugura este sábado una etapa de prosperidad, pero China no lo ha podido comenzar con peor suerte. La epidemia del coronavirus de Wuhan -oficialmente conocido como 2019 nCoV- continuó propagándose el viernes por todo el país a pesar de las drásticas medidas impuestas en una docena de ciudades de la provincia de Hubei, epicentro de la infección. El corte total o parcial del transporte público afecta ya a más de 40 millones de personas, y el número de infectados se acerca rápidamente al millar. En toda China, solo Tíbet se mantiene libre de contagio.

Pero, sobre todo, preocupa que la cifra de fallecidos -26- sea cada vez más similar a la de quienes se han recuperado del virus -36-, algo que hace temer un aumento de su tasa de mortalidad. Además, también se confirmó la primera muerte en Hubei de un hombre joven y sano que rompe con el perfil que tenían hasta ahora las víctimas que han perdido la vida: personas mayores aquejadas por otras dolencias. No es de extrañar que, con todos estos datos sobrevolando las cenas de cientos de millones de familias, la Nochevieja lunar se caracterizaba por el temor y no por las risas fáciles y los números musicales de la gala de Año Nuevo que cada año congrega a casi mil millones de personas frente al televisor.

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Además, las autoridades de las principales megalópolis decretaron la emergencia sanitaria de nivel 1, el mayor en una escala de cuatro. Eso supone que todos los acontecimientos públicos quedan cancelados hasta nuevo aviso, y que aquellos lugares en los que hay riesgo de que se produzcan aglomeraciones de gente deben ser clausurados: atracciones turísticas -incluidas algunas como la Ciudad Prohibida o la Gran Muralla-, cines, centros de formación, e incluso Disneylandia se vieron obligados a cerrar hasta próximo aviso. Las Autoridades de Shanghái,

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