Hay un pueblo coruñés donde vecinos de todas las edades están unidos por un grupo de WhatsApp y por el hilo invisible de un miedo que ellos decidieron dejar a la vista el pasado mes de abril. Entonces se organizaron en torno al teléfono, convocaron asambleas, y unos expertos repartieron aparatos semejantes a un carrete de fotos, capaces de medir en tres meses el radón con el que convivían, sin saberlo, en sus hogares. Hace poco recibieron otro aviso por el móvil y el que quiso conocer los resultados no tuvo más que pasarse por el bar que hay junto al crucero barroco que marca el centro de la localidad. Cuando se conoce su existencia, hay medios de dispersión para reducir los niveles, porque al aire libre el gas se diluye muy rápido. Pero en primavera también vino la prensa, trascendió que el pueblo buscaba explicación bajo tierra a la prevalencia de tumores del 28,39% que lo asediaba, y enseguida comenzaron las llamadas de los veraneantes habituales, preguntando si sería mejor no volver.

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