¿Alguna vez, aunque te dé vergüenza, has sentido placer por el fracaso o el sufrimiento de otra persona? Quizás cuando tu ex fracasó en su siguiente relación, o cuando suspendió un examen el estudiante perfecto, o el día que perdió injustamente tu equipo rival. Por ejemplo, si eres del Barcelona: ¿no hubieses preferido perder la final de la Copa del Rey y que el Real Madrid no ganase la Champions?

Seria tremendamente raro que algo de esto nunca te haya sucedido. Es que es un rasgo común de la naturaleza humana, con un nombre bastante extraño: Schadenfreude, que en alemán se traduce como placer por el sufrimiento.

Y este placer se hace claro y evidente cuando se compite directamente contra la otra persona, o cuando se siente que el otro ha hecho algo que amerita ese sufrimiento. Pero lo más extraño es cuando se disfruta del sufrimiento ajeno sin que haya ningún beneficio evidente para uno, ni personal, ni social.

Y para develar este misterio, Susan Fiske, en la Universidad de Princeton hizo un experimento ingenioso. Es que la ciencia del Schadenfreude es complicada porque a nadie le gusta reconocer sus rincones más oscuros. Y descubrió que a veces la gente esbozaba una microsonrisa cuando observaba la desgracia ajena, aun cuando quisiesen ocultar su regocijo. Y, al mismo tiempo, se activaba el Estriado Ventral, una región de circuitos cerebrales ancestrales que codifican el placer. Es decir que, en muchos casos, el sufrimiento ajeno, produce un placer visceral, directo, no racionalizado ni mediado por las palabras.

Pero, ¿por qué sentimos placer cuando fracasan unos y no otros? Con su detector de sonrisas, Fiske descubrió que sentimos placer cuando el que fracasa cumple a la vez dos condiciones: primero, es competente, y segundo, no transmite calidez.

Si una persona es cálida y poco competente (por ejemplo) un anciano solemos sentir compasión.

Si es cálida y muy competente, por ejemplo una gran profesora, se siente orgullo y admiración.

Si no es cálida y tampoco competente,

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