Manuel lleva once meses ‘limpio’. Alejado del juego, la adicción que ha marcado su vida desde la más temprana adolescencia. En breve cumple 39 años. Le cuesta hablar, por eso trata de blindar su anonimato con otro nombre, aunque al mismo tiempo reconoce que necesita compartir su experiencia. “Lo hago por los que vienen detrás. Por los hijos que algún día tendré”, explica a EL PAÍS. Le pesa el tiempo. “Ese que pierdes y ya no se puede recuperar…”, asevera. Un lastre que rebasa incluso al económico, a esos casi 400.000 euros que se ha pulido el juego durante más de dos décadas de adicción. Primero, a las máquinas tragaperras, al bingo, a los casinos; luego, a principios de los 2000, al juego online. “He conseguido devolver dos préstamos, pero me queda el más importante; y el dinero que debo a mis familiares…”.

A Manuel la necesidad de pedir ayuda para frenar lo que cree que va a convertirse en “la mayor adicción, si no lo es ya”, le llegó tarde. Fue hace casi un año cuando decidió ir de frente. Reconocer que había tocado fondo con el juego. Comunicarlo en su empresa, vinculada al sector energético, e internar en la comunidad terapéutica Los Granados que la fundación Patim tiene en Castellón. Tras seis meses allí, pasó al centro de día de la misma organización, donde sigue, y seguirá, con la terapia. “Porque esto es para siempre; la guardia no se baja”, dice.

Sigue alerta mientras afronta su “nuevo plan de vida” y un futuro inmediato con metas “pequeñas pero factibles”, como hacer la prueba de acceso a la universidad para mayores de 25 y regresar al trabajo “en cuatro o cinco meses”. El caso de Manuel corrobora el auge sin freno del juego online. De ello advierte la fundación Patim, referente en la Comunidad Valenciana desde 1985 en el tratamiento de adicciones tóxicas y no tóxicas, en la memoria de actividad que ha presentado este viernes en el Menador Espai Cultural de la capital de La Plana.

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