De las muchas experiencias que he tenido con la vida salvaje una de las peores ha sido sin duda la del otro día, cuando se me metió un escorpión en los pantalones.

Mi casa en Viladrau, en el Montseny, es un paraíso para los escorpiones. Bueno, hasta que voy yo y los mato. Han hecho su hogar en los muros de piedra y en la marquetería de madera de las contraventanas y medran por todas partes, deambulando por ahí en sus cosas de escorpiones, que son depredar a otras bestezuelas y darnos un susto de mil demonios cada vez que aparecen en una toalla o una pantufla. Me gustaría decir que soy tan valeroso como para haberme acostumbrado a la presencia de semejantes inquilinos, pero la verdad es que les sigo temiendo y su visión me llena de pavor y repulsión, aunque también de interés científico y morbo.

Escorpiones, o alacranes, los hay de muchas clases, colores (el color no tiene que ver con la peligrosidad) y tamaños. Son fluorescentes. Algunos incluso hacen sonidos «pffff» o «crrrrr», por estridulación. Lo de que se suicidan es un mito que hay que achacar a Paracelso. También hay que dudar de la aseveración de Plinio de que si te pica un escorpión basta con soplarle en la oreja a un burro y el dolor le pasa a él. Podría afirmar que casi me he vuelto un experto en ellos, los escorpiones, necesariamente, como los tripulantes de la Nostromo con la biología y el comportamiento de los aliens.

Es un trance que se te meta, como a mí, un escorpión en los pantalones mientras miras la tele

Empezando por lo más interesante, hay varias especies enormes y sumamente peligrosas de escorpiones. A destacar los peores miembros de los géneros Parabuthus, Centruroides, Tityus (los terribles stigmurus) y Androctonus. Ese gran Team Scorpii mata 5.000 personas al año. Morir por picadura de escorpión es una dura manera de hacerlo. Se te ponen a girar los ojos incontroladamente,

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