Uno de los elementos más devastadores de la pandemia de coronavirus ha sido la imposibilidad de cuidar personalmente a los seres queridos que han enfermado.

Una y otra vez, familiares apenados han declarado que la muerte de sus seres queridos resultó mucho más devastadora porque no pudieron tomar la mano de su familiar para brindarle una presencia familiar y reconfortante en sus últimos días y horas.

Algunos tuvieron que dar a sus familiares su último adiós a través de las pantallas de teléfonos móviles sostenidos por un sanitario, mientras que otros recurrieron a los walkie-talkies o a saludar a través de las ventanas.

¿Cómo se puede aceptar la abrumadora pena y el sentimiento de culpa por la idea de que un ser querido muera solo?

No tengo una respuesta a esta pregunta. Pero el trabajo de un médico de cuidados paliativos llamado Christopher Kerr -con quien fui coautora del libro Death Is But a Dream: Finding Hope and Meaning at Life’s End (La muerte no es más que un sueño: encontrar esperanza y sentido al final de la vida), podría ofrecer algún consuelo.

Al principio de su carrera,

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