Manipular el genoma podría llevar a resultados muy inesperados. Es lo que han descubierto dos científicas de la FDA, la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE UU, Alexis Norris y Heather Lombardi. Las expertas han firmado un artículo aún en revisión pero ya público, “para evidenciar un error que se detecta fácilmente y sobre el cual no se informa lo suficiente”, como ha explicado Norris a EL PAÍS.

El error tiene que ver con terneros y sus cuernos. Desde hace años, las vacas lecheras, blancas con manchas negras, no suelen tener cuernos. Para los ganaderos, esa prolongación ósea es un problema: los bovinos hacinados en los establos pueden herirse entre sí, y a los propios granjeros. La solución es bastante dolorosa para los bóvidos, ya que consiste en el descornado, es decir, quemar los cuernos que empiezan a brotar con un hierro incandescente.

Una solución menos cruenta la proveyó hace tres años una compañía biotecnológica estadounidense llamada Recombinetics y consiste en la edición genética para sustituir una secuencia concreta de ADN con otra. La técnica de edición genética hoy más conocida se llama CRISPR, pero el investigador Daniel Carlson y su equipo de Recombinetics usaron en 2014 otra técnica parecida, llamada TALEN. Carlson sustituyó una secuencia de 10 nucleótidos en la vaca lechera con cuernos Holstein (la que tiene manchas negras) con 212 nucleótidos de otro tipo de vaca, la Angus, que suele ser negra y sin cuernos. Nueve meses después, en 2015, nacieron dos becerros, Buri y Spotigy, con sus bonitas manchas, y sin rasgo de cuernos. Los investigadores publicaron su hallazgo en la revista Nature Biotechnology en 2016. Es una variante genética “natural” obtenida ahorrándose generaciones de cruces de vacas.

El ADN de ‘Buri’ contenía también genes espurios. Más concretamente, de unos plásmidos utilizados durante el proceso

Buri y Spotigy han servido para ilustrar en decenas de conferencias lo bien que funcionan las técnicas de edición genética.

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