Moxibustión, digitopuntura, fitoterapia… Son los exóticos términos de una jerga oriental cada vez más familiar en occidente. Los nombres pertenecen a una colección difusa de prácticas ancestrales que se aglutinan en torno al apelativo general de medicina tradicional china (MTC), pero ni las hierbas ni las agujas han demostrado ser una alternativa válida a la medicina basada en la investigación científica. Eso no impide que más del 30% de la población española confíe en la acupuntura, su buque insignia. Tampoco que la exposición mundial a las dudosas técnicas previsiblemente sufrirá un incremento tan significativo como peligroso en los próximos años, gracias a una decisión de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

El supuesto poder de curación de la MTC reside en la creencia de que la enfermedad es una alteración del flujo de nuestra energía vital, denominada chi, que provoca un desequilibrio del yin y el yang. La filosofía subyacente a estas prácticas caracteriza a estas dos fuerzas, opuestas y complementarias, como una energía que se encuentra en todas las cosas y que, si deja de fluir adecuadamente, puede provocar una enfermedad. Con este fondo, y por muy excéntrico que suene, la OMS ha decidido que forme parte de la nueva Clasificación Internacional de Enfermedades, la CIE-11, a partir del 1 de enero de 2022.

El documento, que se presentará en mayo en la 74ª Asamblea Mundial de la Salud, es ni más ni menos que la fuente de referencia más potente para el personal sanitario: establece la agenda médica en más de 100 países e influye en los diagnósticos, la cobertura las compañías de seguros y en la investigación clínica.

Según explica Tarik Jasarevic, de la OMS, la decisión “no supone en ningún caso un aval de la institución a la MTC”, sino más bien una herramienta de conteo con la que cuantificar su uso. Pero el médico de familia y miembro del Observatorio contra las pseudociencias de la Organización Médica Colegial (OMC), Vicente Baos, no ve tan clara la utilidad.

 » Más información en elpais.es