Es abrir la nevera con un agujero en el estómago y enfrentarte a las puertas del infierno. La tentación colorida del embutido te llama con fuerza y no puedes evitar posar la mirada en un trozo de fuet. No es muy grande, nadie lo echaría en falta si desapareciese… La mano ejecutora se alza, dispuesta a tomar el embutido, pero consigues detenerla en un alarde de autocontrol. Tomarás un alimento que contenga menos grasa. Sí, un buen trozo de queso light servirá. Te equivocas.

El razonamiento puede parecer plausible: el queso fresco es blanco, light y notablemente insípido, ¿qué mal puede hacer un alimento así? En cambio, disfrutar de un sabor tan intenso como el del fuet, a la fuerza tiene que tener un precio. Pero las apariencias engañan. Si hubieras analizado la etiqueta nutricional sabrías que es un error pensar que el fuet tiene más grasa que el queso light, que, en realidad, «puede suministrar entre un 15% y un 35%, en función de la marca», precisa Marisa Burgos, dietista-nutricionista de Alimmenta. Eso es una cantidad similar a la que proporciona el embutido.

En la vida y en la nevera, no todo es lo que parece

Sin entrar en valorar qué alimentos son mejores o peores, una distinción para la que hay que tener en cuenta muchos parámetros, lo cierto es que acostumbramos a ensalzar ciertos alimentos y a menoscabar otros. Luego buscamos sustitutos para los productos que han caído en desgracia, pensando que con ello mejoraremos el valor nutricional de nuestra dieta. La intención es buena, pero nos equivocamos una vez tras otra. Un claro ejemplo es el de las bebidas vegetales; tienen fama de sanas y sus efectos son prometedores; qué alivio si cuentan en el cómputo de las 5 al día… Pero la realidad es que, en ocasiones, solamente contienen un 2% de materia prima vegetal –en esos casos, el primer ingrediente es el agua y el segundo, el azúcar. Algunas marcas incluso las presentan en los lineales como «bajas en grasa» o «bajas en kilocalorías» a fuerza de añadir el líquido elemento,

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