El estallido de una crisis planetaria debido a la expansión de la Covid-19 ha supuesto un shock para la opinión pública de una envergadura desconocida en la historia reciente. Más allá de la preocupación por la presión a la que se han visto sometidos los sistemas sanitarios, la incertidumbre generada por la «hibernación» de la economía ha multiplicado la inquietud por el alcance de las imprevisibles consecuencias sociales de esta plaga de resonancias bíblicas.

Está por ver si una vez superada la emergencia sanitaria será posible restaurar lo que había o si, más bien, ésta nos sumerge en algo totalmente nuevo. Son muchos los que ya apuntan que esta crisis constituye un punto de inflexión en nuestro modo de ver las cosas, en las dinámicas que guían las relaciones sociales y en el orden de valores socialmente aceptados. Algunos pensadores se han pronunciado en esta dirección, aunque en sentidos totalmente divergentes. Coinciden en general a la hora de despedir el mundo de ayer, pero disienten sobre la clase de mundo que saludaremos mañana.

Política y retórica del conflicto

Nos encontramos en el instante que Gramsci definió como el interregno en el que lo viejo muere y lo nuevo no termina de nacer. Por eso, está por ver si de la crisis puede surgir una sociedad más justa e igualitaria. En todo caso, no se puede olvidar que toda reorganización del poder no sólo entraña beneficios, sino también costes, y, por tanto, encuentra la resistencia de quienes más tienen que perder.

Más allá de la popularidad que ha alcanzado la retórica identificación del virus con un enemigo a batir (evocadora imagen del inmemorial anhelo humano de domeñar las fuerzas de la naturaleza con las armas de la ciencia y la técnica), la invocación de la guerra revela la dimensión de conflicto que subyace a toda alteración de los equilibrios de poder. Conviene aquí recordar cómo Foucault invierte el famoso dictum de Clausewitz: no es la guerra la continuación de la política por otros medios,

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