El miedo y la incertidumbre son dos de los sentimientos que han acompañado la evolución de los seres humanos a lo largo de la historia.

El miedo tiene que ver con la angustia y la aprensión. La incertidumbre es reflejo de carencias de esos seres humanos que colonizaron el planeta: falta de seguridad, de conocimiento seguro y claro de algo, de certeza.

No es difícil colegir a partir de este breve análisis semántico que son dos de los componentes esenciales de un sistema inmune conductual que tiene que responder a una situación tan extrema como la que genera la Covid-19.

En el proceso evolutivo los humanos, para contrarrestar, superar o diluir estas emociones o sentimientos han tenido que acudir a la fe y la razón. No queremos polarizar, pero nosotros, como científicos, tenemos que apelar a la razón. Aunque nuestra razón no esté exenta casi siempre de algunas dosis de fe; de hecho estas dosis descansan en el método científico, el andamio sobre el que se construye el conocimiento científico y tecnológico.

El método científico descansa entre otros principios en la necesidad de que las hipótesis se sometan al contraste experimental o dialéctico y que las conclusiones resultantes de tal proceso se sometan a revisión, al juicio de los pares. Esto último significa que otros científicos expertos en el tema se pueden manifestar previamente a que se publiquen los resultados de la investigación, como ha sido tradicional. O lo que sería mejor, que lo puedan hacer cuando ya están publicados o pre-publicados. Esto facilitaría la diseminación del conocimiento científico y haría el debate mucho más abierto y potencialmente más rico y constructivo, en un escenario que constituye el objetivo de la «ciencia abierta» (open science).

Asimismo, ya hemos puesto de manifiesto anteriormente, para apoyar teóricamente nuestros argumentos, la relación o comparación entre ciencia y democracia, a partir de principios que rigen sociológica y éticamente la actividad científica.

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