En la Francia de los años treinta, el turismo de playa era un privilegio de las clases altas, el único sector social capaz de permitirse el lujo del ocio. Según una moda instaurada por la gran diseñadora Coco Chanel (Francia, 1883- 1971) el sol debía tomarse directamente, sin protección, para broncearse suavemente mientras se nadaba, se navegaba o se disfrutaba sin más de la playa. Sin embargo, el empresario Eugène Schueller disentía. El hombre que había fundado lo que hoy es la empresa de cosmética L’Oréal era un apasionado regatista, pero el sol le irritaba la piel y le provocaba terribles escozores.
Así que puso a sus científicos a investigar y, en 1935, lanzó en la Costa Azul un pequeño frasco de aceite de tono dorado con una propiedad inédita: filtrar los rayos solares e impedir que llegaran a la piel. Con la creación de Ambré Solaire, el primer protector solar de la historia, Schueller inauguró una categoría nueva en el mercado. Lo que no sospechaba era que le esperaba un éxito descomunal y que, de rebote, el perfume de su aceite se convertiría en el que varias generaciones asociarían a la playa tanto como el ruido de las olas, los castillos de arena o el picor del sol.
Los técnicos de L’Oréal descubrieron que el salicilato de bencilo, además de tener un olor dulce y suave, filtraba los rayos de sol, así que lo utilizaron en grandes cantidades para formular el primer aceite protector
Para hablar del olor de Ambré Solaire (que, por cierto, sigue siendo producido y distribuido en la colección Delial de Garnier, L’Oréal), hay que referirse en primer lugar al ingrediente clave de su fórmula, el salicilato de bencilo, un compuesto químico muy habitual en la industria de la cosmética y en la perfumería. Los técnicos de L’Oréal descubrieron que, además de tener un olor dulce y suave, también filtraba los rayos de sol, así que lo utilizaron en grandes cantidades para formular el aceite protector. Le añadieron algunas moléculas de perfume (principalmente de rosa y jazmín),