Una de las preguntas importantes que tendríamos que hacernos durante nuestra vida es ¿Cómo nos relacionamos con nosotros mismos? Esta relación es igual a la que desarrollamos con otra persona: puede ser una relación de cariño y cuidado o puede ser una interacción crítica y exigente, incluso despótica. Siempre me ha impresionado hasta dónde llegamos los seres humanos en nuestra lucha contra nosotros mismos.
Los insultos, ejemplo de autocrítica feroz
Cuando algunas personas me cuentan las autocríticas que se realizan, he preguntado: “¿Alguien le ha insultado alguna vez de esta manera?”.
“Nunca” – suelen responderme – “si lo hiciesen, dejaría de relacionarme con ellos”. Y suelo interrogarles: “¿Y por qué no corta la relación con esa voz que le trata tan mal?”. No espero respuesta, sólo es una invitación a reflexionar. En vez de ser nuestros peores enemigos, tendríamos que convertirnos en nuestros mejores amigos, ya que siempre vamos a estar con nosotros mismos hasta que fallezcamos.
El origen de esta posición autodestructiva
¿Cuál es el origen de este diálogo tan destructivo? No es un tema genético, sino aprendido. Surge en base al discurso que hemos oído en los primeros años de nuestra vida, generalmente, a padres y cuidadores. No se trata de buscar culpables, sino soluciones. Nuestros padres hicieron lo mejor que supieron.