En los últimos días, en varias farmacias españolas hay ciudadanos africanos que han intentado comprar cloroquina o sustancias similares. Esta medicina, creada para luchar contra la malaria, es tremendamente conocida en África pero además, el pasado 21 de marzo, Donald Trump mostraba su apuesta por esta sustancia como el arma clave para hacer frente a la pandemia. Un compuesto, sin embargo, lleno de riesgos y preguntas por resolver.

La cloroquina se conoce desde los años cuarenta y ha sido un elemento clave en la lucha contra la malaria, aunque hace doce años dejó de utilizarse al ser sustituido por otras medicinas. Según el experto en malaria y médico investigador de ISGlobal, centro impulsado por La Caixa, Carlos Chaccour, su empleo volvió a la actualidad después de que el centro para el control de las enfermedades de China informase de que lo había utilizado en la lucha contra el coronavirus. «Pero sobre todo, saltó a la palestra después de que se hiciera público un informe de un hospital francés que había probado esta sustancia en un grupo de 24 pacientes», señala Chaccour. «La cloroquina redujo significativamente la presencia del virus en las fosas nasales. En los casos en los que se suministró mezclada con el antibiótico azitromicina, el virus llegó a desaparecer», agrega el experto. A raíz de estos datos, el presidente norteamericano aseguró que llegaría a ser «uno de los mayores puntos de inflexión en la historia de la medicina».

Pese a estos resultados, la comunidad científica no es tan concluyente. «Lo que facilitó Francia son datos preliminares y con una muestra muy reducida. Como poco podemos decir que tenemos unos datos debatibles. Son cifra preliminares que, aunque tienen fallos, hacen interesante investigar más», explica Chaccour. El introducir el factor cloroquina en la lucha contra el virus tiene consecuencias. En Nigeria, donde hay 22 casos detectados de COVID-19 y ningún muerto, dos personas ya se han intoxicado por sobredosis de cloroquina.

 » Leer más