EN LA MEDIANA EDAD, la impresión de que las necesidades cotidianas nos consumen y de que las alternativas se nos escapan de las manos nos hace creer que estamos atrapados en el presente. Pero la mayoría de las veces sobrevaloramos esas ideas. Ante la pregunta: ¿esto es todo lo que hay?, debemos asumir que el pasado es imperfecto e inmutable y reconciliarnos con él para vivir más plenamente el presente.

En los años sesenta, el psicoanalista canadiense Elliott Jaques propuso el término “crisis de la mediana edad” en su artículo La muerte y la crisis de la mitad de la vida. Jaques citó a Dante, que en la tercera década de su existencia se lamentaba: “A medio camino en el viaje de la vida, me encontré en un bosque oscuro, con el camino correcto perdido”, y a otros, como Miguel Ángel, que completó el David a los 29 años, la Capilla Sixtina a los 37, el Moisés a los 40 y a partir de entonces se sabe poco de su productividad hasta los 55, cuando empezó el monumento de los Médici. Uno de los enigmas más intrigantes de la psicología del desarrollo ha sido el mito de la crisis de la mediana edad, a pesar de que nunca fue concebida como totalmente negativa y de que Jaques la había vinculado con un renacimiento creativo del individuo. Según el autor, el éxito de la creatividad de la mediana edad reside en la tolerancia de las imperfecciones en uno mismo y en otros. Esta “resignación constructiva” nos da la posibilidad de disfrutar de la madurez y de vivir con el conocimiento consciente de nuestra finitud. Permite a la creatividad adquirir nuevas profundidades. Solo así la imperfección inevitable, lejos de ser un amargo fracaso que nos atormenta, admite que lo perfecto ceda su lugar a “lo suficientemente bueno”.

“La idea de que la crisis es inevitable resulta dañina para la salud y es capaz de desencadenar una profecía autocumplida”

El amplio estudio sobre la mediana edad titulado MIDUS (acrónimo en inglés de mediana edad en Estados Unidos),

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