Recostado en el diván, un hombre cualquiera describe un sentimiento de ansiedad que le atenaza cada día. La describe como si fuera un invitado hambriento que no quiere marcharse, una visita indeseada que le obliga a poner más y más aperitivos sobre la mesa, y no es solo una metáfora. También le habla de otros temas y relata estados pasajeros de tristeza que no puede explicar fácilmente. De repente, el psiquiatra se quita las gafas, las deja lentamente sobre la mesita accesoria y hace una extraña pregunta a su paciente… «¿Qué tiene dentro de su nevera?», dice. La mirada del hombre revela una comprensible extrañeza ante el rumbo que ha tomado el interrogatorio, pero la cuestión de la calidad nutricional de los alimentos parece no ser baladí en lo que se refiere a la salud mental.

Hace décadas que los científicos conocen los beneficios que una dieta y nutrición adecuadas tienen en el desarrollo de las enfermedades cardiovasculares, digestivas y endocrinas. Y no solo los médicos son conscientes de que la salud entra por la boca; la información dirigida al común de los mortales para cuidar su dieta es de todo menos escasa. La situación es muy distinta en el campo de la psiquiatría, aunque en los últimos años un creciente número de investigaciones apuntan que la alimentación no solo tiene un papel crucial en nuestra salud física sino también en la mental. Si uno tiene en cuenta que la depresión es una de las enfermedades que se han relacionado con la calidad nutricional de la dieta, la idea de que la felicidad está en el plato no es tan descabellada.

Inflamación, un nexo de unión entre dieta y enfermedad

Es obvio que las emociones y la comida están relacionadas; todos hemos sufrido alguna vez un fuerte empujón a la despensa en momentos de ansiedad, y la terapia para superar los momentos de bajón a base de helado es un clásico en las películas que giran en torno al desamor Las evidencias son mucho más esquivas desde una óptica empírica,

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