“He ahí, pues, por qué el conflicto entre racionalismo e irracionalismo se ha convertido en el problema intelectual, y quizás incluso moral, más importante de nuestro tiempo”. Popper, 1945

Las políticas contrarias a la igualdad habrían sido desastrosas de haberse aplicado en los últimos 40 años

Ya saben ustedes lo mal que están las cosas, lo mal que funciona todo. Parecemos abducidos por el prestigio del desastre nacional, aunque los datos apunten justamente a lo contrario. Cualquier persona mínimamente avisada debería estar satisfecha, y hasta gratamente sorprendida, del progreso de nuestro país en los últimos 40 años; de los logros de la Constitución de 1978 y del consenso que forjó su modelo de convivencia. No es, sin embargo, así. Hemos vuelto a ese fetichismo derrotista, muy viejo entre nosotros, pero que disfruta ahora de espléndida salud. Resuena la célebre maldad de Azaña al referirse al grupo del 98: “Alimentan su lirismo en el cebo de la decadencia”.

Estamos hablando de algo que no solo afecta a la dignidad, sino a la eficiencia económica del sistema

Este desdén hacia la realidad es francamente dañino: afecta a la confianza; al sentido de pertenencia; y afecta a los cimientos de la comunidad económica, aunque resulta claro que para que exista “comunidad económica” tiene primero que existir comunidad. Aquello que Adam Smith llamaba el pegamento social, el vínculo entre extraños que rompe desconfianza y crea solidaridades recíprocas. La simpatía que hace posible la sociabilidad. Sin saber cómo ni por qué, hemos venido a una radicalización de las posiciones políticas; a una manipulación de los sentimientos de pertenencia, al narcisismo del malhumor, y a la apelación a los miedos más profundos de la población. Una especie de indignación intransitiva que no registra realidad y que se abriga en la política identitaria; la política sin complejos del “rearme” ideológico; tremendo oxímoron, por cierto. Es el nuevo fantasma que recorre Europa y que, como ha escrito Máriam Martínez-Bascuñán, lleva a un racismo cultural contagioso: la sociedad ya no quedaría dividida entre los de arriba y los de abajo,

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