Desde que ha comenzado la emergencia sanitaria nos hemos acostumbrado a oír y a utilizar un lenguaje propio de un escenario bélico. Del personal sanitario y los cuerpos de seguridad decimos que están en «primera línea» o en «las trincheras». Los pacientes y personal sanitario «luchan» contra la enfermedad. Otras personas están «en la retaguardia». «Esta es una batalla que vamos a ganar», se oye decir muchas veces. Y los periodistas nos dan «partes de guerra».
Hay muchas personas expertas asesorando a los mandos que están al frente de la crisis. Profesionales de la Medicina, de la Epidemiología, del Ejército. Pero no de la Historia, a pesar de que la historia de las epidemias y la historia general tanto tienen que enseñarnos. Tampoco hay enfermeras asesorando aunque se las considere profesionales indispensables en crisis como esta.
España, desde la Guerra Civil (1936-1939), no había vivido una situación parecida a la actual. Las similitudes con aquella etapa son innumerables. En los primeros días de la contienda mucha gente llevó una vida normal, antes de reparar en lo que se les venía encima. Igual que ahora, cuando al principio pensábamos que la COVID-19 no era más grave que una gripe.
El papel del voluntariado
Todo cambió cuando casi en cada casa empezó a saberse de alguna persona cercana muerta o herida. Ante esta situación desconocida mucha gente quiso ayudar. Igual que ahora: multitud de personas se ofrecen voluntarias en las redes para ayudar en lo que pueden. Donando su sangre, por ejemplo, como miles lo hacen y miles lo hicieron.
El sistema sanitario también estuvo sobrepasado. Se improvisaron numerosos centros, que se denominaron «hospitales de sangre», para acoger a personas heridas o enfermas. Muchos de ellos fueron hoteles, como el Ritz de Madrid. También ahora se improvisan hoteles medicalizados y hospitales de campaña.
En la Guerra Civil se organizaron cursillos acelerados para nutrir de enfermeras estos centros,