«Estoy sufriendo el azote del coronavirus. Mi hermano está intubado con un respirador en el hospital de Leganés. Tiene 54 años, no es muy mayor», arranca a explicar Alejandro de 57 años, que está pasando la cuarenta obligada por el covid-19 en una residencia del Grupo 5 para una treintena de personas con trastornos mentales graves en la que ingresó hace cuatro meses, cuando el virus que tiene en jaque al planeta parecía que no nos iba a tocar a nosotros.

Entre el 2,5 y el 3% de la población adulta en España tiene un trastorno mental grave según el informe 2009-2013 de la Estrategia en Salud Mental del Sistema Nacional de Salud. Esto supone más de un millón de personas. Un colectivo amplísimo y muy diverso perseguido por el estigma social y la invisibilidad formado por individuos con distintas realidades y problemáticas pese a compartir diagnósticos y que, en las distancias cortas, no difieren tanto de cualquiera de nosotros.

«La salud mental es la gran desconocida, la gran olvidada. Hay que normalizarla, entender que todos compartimos los mismos miedos y preocupaciones durante este confinamiento. No son tan diferentes», señala Ángela Díaz del Campo directora y psicóloga de la residencia en la que viven Jesús y Alejandro que está presente durante la entrevista.

Como a cualquiera con un familiar enfermo, el estado de su hermano es lo que más preocupa a Alejandro, El confinamiento lo lleva bien: «Hay servicios mínimos pero no lo estamos notando, Tomamos precauciones como mantener las distancias de seguridad o lavarnos mucho las manos; hemos creado una emisora de radio; hacemos algún torneo de juegos de mesa; el otro día jugamos al bingo… Pero sobre todo hablamos más entre nosotros, y conocemos más los casos del resto de compañeros, nos intercambiamos experiencias y establecemos lazos más fuertes».

¿Tanto tiempo juntos no hace saltar las chispas? No lo parece «Hay discusiones normales, por ejemplo por la tele. Como en cualquier familia», explica Alejandro.

«La cosa está bastante bien», corrobora Jesús, que lleva «año y pico» en la residencia con el objetivo de «alcanzar un grado de autonomía que me permita hacer una vida aún más normal» y que reconoce que se ha visto «un poco afectado» por la actual situación. Le ha ayudado «establecer una rutina, vertebrar el día» y está aprovechando para leer a la Generación del 98 y del 27: «Se me habían olvidado ciertos autores y los estoy repasando.

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