Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el ictus es primera causa de discapacidad física en las personas adultas y la segunda de demencia en los países occidentales. Además, datos del INE apuntan a que el 13% de los casos de dependencia están ocasionados por accidentes cerebrovasculares. Algo esperable, teniendo en cuenta que, según la Sociedad Española de Neurología (SEN), el 40% de los ictus provocan secuelas a los afectados que les dificultan desarrollar actividades cotidianas.

Además de la gravedad del ictus, el riesgo de discapacidad y dependencia tras sufrir un infarto cerebral depende de cómo se lleva a cabo la rehabilitación, pues, aunque hay secuelas que serán de por vida, otras podrán minimizarse o incluso recuperarse por completo si se lleva a cabo una completa y temprana rehabilitación.

Los objetivos de la rehabilitación tras sufrir un ictus son varios. Por un lado, prevenir complicaciones y reducir el déficit neurológico y el impacto que las secuelas pueden tener en la vida del paciente para facilitar su autonomía personal y su reintegración social. Por otro, aliviar el dolor, eliminar la rigidez en las articulaciones y evitar que aparezcan enfermedades mentales, como la depresión.

Como eliminar las secuelas muchas veces es imposible, la Federación Española del Ictus quiere recordar que “es necesario hacer comprender que no vamos a conseguir una recuperación “ad integrum”,

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