En las últimas décadas, la sexología ha venido revisando muchos de sus paradigmas, en gran parte de la mano de movimientos sociales como el feminismo o la comunidad LGTBI+ que han propiciado toda una revolución social en la vivencia y el entendimiento de la sexualidad humana. Esta reconceptualización afecta, incluso, a la propia definición de las relaciones sexuales y de sus diferentes fases y elementos.

La difusa frontera de los juegos preliminares

Tradicionalmente, se ha entendido que el centro de las relaciones sexuales ‘completas’ (como a menudo se han calificado) era la penetración heterosexual con el fin de alcanzar el orgasmo (y, específicamente, el masculino). Bajo esta concepción, que emana directamente de una lógica reproductora, es fácil entender el concepto de juego preliminar: toda práctica de índole explícitamente sexual destinada a ‘preparar’ esa culminación de la relación. Así, podría incluir cualquier forma de estimulación manual, oral, visual… y su función sería en este contexto generar y aumentar la excitación en ambas partes y asegurar los cambios procesos fisiológicos (erección, lubricación) que permiten que la penetración sea placentera.

Hay que reconocer, de hecho, que esta conceptualización de las relaciones sexuales aún persiste en gran medida, y que por tanto es muy común que el término se siga usando de esta manera en la actualidad (sobre todo fuera de contextos académicos o técnicos).

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