MELISA TUYA

Recién nacido

“No existe crimen de comprensión más compleja que el asesinato de un menor por parte de alguno de sus padres”, una afirmación que cualquiera podría compartir y que procede de Philip J. Resnick, probablemente el experto que más en profundidad ha estudiado los filicidios, ese acto incoherente de arrebatar la vida que has creado y que ocupa titulares con cierta (siempre demasiada) frecuencia.

Es algo que impacta por darse, por fortuna, muy pocas veces. Pero aunque no es frecuente, tampoco es tan raro. En un libro de 2003 sobre psicopatología clínica legal y forense de los profesores de la universidad Complutense, David González Trijueque, y de la Autónoma Marina Muñoz-Rivas, hay un capítulo entero dedicado a la revisión de los filicidios y los neonaticidios en el que ambos autores aseguran, referenciando distintos trabajos, que “aunque todo hace indicar que los casos de infanticidio, filicidio y neonaticidio están disminuyendo debido a numerosos motivos (métodos anticonceptivos, cambios sociales), no se debe olvidar que estos hechos siguen constituyendo una de las principales causas de muerte de menores en los países desarrollados”.

Según un informe publicado en enero de 2018 por la organización Save the Children, en España al menos cien niños que perdieron de forma violenta desde 2012, 36 a manos de sus padres en casos vinculados a la violencia de género y 24 asesinados por sus madres. Hay además otros cuatro niños de cuya muerte es responsable el padre pero sin vinculación con violencia de género, al menos en el momento de publicarse el estudio, y cuatro más en los que participaron ambos progenitores.

Son crímenes distintos en muchos sentidos. Pese a que el 95% de los homicidas de todo el mundo son varones,

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