El hecho de que un rayo de luz deje de ir libremente por el aire y decida atravesar una estructura como es el ojo, llegar así a proyectarse en la pantalla que supone la retina, activar a los fotorreceptores y transformarse en una señal eléctrica que, de camino al cerebro, nos dé una imagen clara de lo que hay en nuestro entorno, nos permita ver paisajes, personas, disfrutar de momentos especiales, tener experiencias increíbles,… si lo piensas dos veces, parece más un milagro que algo real.

Todo este proceso va a requerir de una perfección increíble en las estructuras que va a ir atravesando, es algo que parece imposible ¿no te parece?

Atravesar la córnea

Pues bien, la primera capa anatómica que va a atravesar esa luz es la córnea, una pequeña esfera transparente que está justo delante del ojo, protegida por unos párpados y recubierta de una fina capa lagrimal que la humedece y nutre.

La luz ha de ser enviada como decimos hacia esa capa más profunda del ojo que es la retina, y para ello hay de hacer que los rayos se acerquen entre sí, como si pusiéramos una lupa entre la luz del sol y un papel y tratásemos de concentrar la luz de esa manera, por eso esta capa tiene muchas dioptrías que ayudan a converger la luz,

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