La ketamina, un fármaco desarrollado en la década de 1960, ha estado presente en el debate social de los últimos días después de que cinco personas hayan sido detenidas en relación con la muerte de Matthew Perry, que falleció por una sobredosis a causa de esta sustancia. No obstante, esta droga sintética es reconocida por su uso en medicina como anestésico y analgésico.
Diseñada para inducir la anestesia de manera segura, la ketamina pertenece al grupo de las arilciclohexilaminas y es un derivado de la fenciclidina (PCP), conocida como «polvo de ángel». Aunque fue concebida como una alternativa más segura a la PCP, el estupefaciente ha evolucionado en su uso, pasando del ámbito médico a convertirse en una droga letal.
En el entorno médico, se utiliza como anestésico en procedimientos quirúrgicos y en la medicina veterinaria, sobre todo en el manejo de grandes animales como caballos. Su capacidad para inducir un estado de anestesia sin comprometer las funciones respiratorias la hace útil en situaciones de emergencia y en pacientes con riesgo de hipotensión.
La ketamina también ha despertado interés en la comunidad médica por su potencial para tratar la depresión. Algunos estudios han demostrado que, en dosis controladas y bajo supervisión médica, puede proporcionar un alivio rápido de los síntomas depresivos.