Dentro del estigma general que existe hacia las enfermedades mentales, la esquizofrenia la que carga quizás con el mayor sambenito. Y, sin embargo, posiblemente se trata de uno de los menos entendidos, tanto por la sociedad en general como por la propia comunidad científica.

Esto es porque, en realidad, esquizofrenia es un término paraguas bajo el que se agrupan diferentes trastornos mentales con una serie de características comunes.

La esquizofrenia, así, se definiría como un abanico de trastornos que tienen en común el ser crónicos y graves y caracterizarse, a menudo, por conductas extrañas, percepción alterada de la realidad, desorganización neuropsicológica y disfunción social.

No existen síntomas patognómicos (es decir, que señalen inequívocamente de qué enfermedad se trata) ni exclusivos de la esquizofrenia, y no existen pruebas diagnósticas de laboratorio que la delaten. Por ello, el diagnóstico se debe realizar únicamente a partir de la experiencia relatada por el propio paciente y en la conducta observada en el mismo. Además, el cuadro varia significativamente de paciente en paciente, lo que complica aún más la correcta identificación y tratamiento de la enfermedad.

De hecho, es frecuente que la esquizofrenia conviva con otros trastornos mentales, como depresión, trastornos de ansiedad y drogodependencia, lo que pone a los pacientes en una situación de gran vulnerabilidad,

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