Los procesos biológicos rara vez son casuales, así que debería decirnos algo el hecho de que los orgasmos sean uno de los mayores placeres (fisiológicos, al menos) que puede experimentar el ser humano.

Al margen de jugar un cierto papel en nuestro instinto de perpetuarnos como especie (por su puesto, no es necesario estar en pareja para alcanzarlo), se ha demostrado que el orgasmo trae asociados numerosos beneficios para nuestra salud, por lo que es saludable y natural (y hasta necesario) tratar de buscarlo con cierta frecuencia.

El principal efecto beneficioso observado durante el orgasmo es la liberación de una serie de hormonas y neurotransmisores involucrados en diferentes procesos fisiológicos. El más importante de estos es la dopamina, responsable de los centros de recompensa y placer en el cerebro (y la principal razón detrás de que el orgasmo resulte tan placentero). Otros ejemplos son la oxitocina y la prolactina, que cumplen un papel fundamental en el establecimiento de relaciones afectivas con otras personas; o la adrenalina y la noradrenalina, que incrementan la frecuencia cardíaca entre otros procesos.

Los resultados de toda esta actividad son variados y van desde una mejora de la calidad del sueño (gracias al efecto calmante de algunas de estas sustancias como la oxitocina) a la reducción de la tensión sanguínea o a efectos analgésicos en personas que sientan dolor.

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