En no pocas ocasiones hemos escuchado proferir expresiones denigrantes y vejatorias dirigidas a las mujeres: «Estará con la regla», «anda con la menopausia», «mira qué buena está», «¿dónde se cree que va vestida así?».

El lenguaje se convierte en un arma de acoso sexual. Y no solo se trata de hostigamiento marcado por la jerarquía del «acosador» hacia la víctima, sino que se da este tipo de situaciones entre iguales, sin distinción de rango, en una situación simétrica profesionalmente pero asincrónica en cuanto al trato y tratamiento en ámbitos públicos y privados.

Todo ello supone una regresión y una vuelta al primitivo, al modo carpetovetónico de tantos referentes que conocemos. Quienes ejercen el acoso verbal.

El lenguaje identifica a cada uno y habla de su propia personalidad, de su comportamiento individual. Estos acosadores actúan así porque lo han hecho de niños, lo han visto en el núcleo familiar y en su ambiente más próximo.

Está relacionado con galanteo de otras épocas, el protocolo para cortejar a la fémina con el poder de la palabra, revestido de un donjuanismo atávico y en no pocas situaciones con la intención de molestar e intimidar («¡Pero, mujer, si solo es un piropo!»).

La persona que piropea siempre está en una posición de poder y autoridad.

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