Por inercia biológica, a medida que un individuo envejece suceden dos cosas: o adelgaza o su peso permanece estable. Pero no engordar no es un acontecimiento ventajoso. Una persona que tenía obesidad, probablemente seguirá estándolo y, en cualquier caso, es casi seguro que la pérdida será de masa muscular, en lugar de una grasa corporal que incluso tiende a aumentar. Además, hay un 25% de hombres y mujeres que continúan ganando peso más allá de los 70 años, y el adelgazamiento que dábamos por sentado en la vejez no empieza a ocurrir hasta pasados los 85. ¿Hay algún modo de desafiar estos patrones naturales? ¿Está en nuestras manos elegir qué composición queremos dar a nuestros cuerpos?

Delgados por fuera, obesos por dentro

La ciencia lleva años desentrañando cómo se transforma el cuerpo a través de la vida y el peso, por su papel para frenar o acelerar el ritmo de envejecimiento, es uno de los actores más interesantes de la historia. Los cambios en la composición corporal, explica Fernando Antonio Pazos Toral, médico especialista en endocrinología y nutrición del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla, en Cantabria, se resumen en una disminución de la masa magra del individuo, que es la masa celular de los tejidos y la musculatura, y de la altura, como consecuencia del encorvamiento y de la compresión vertebral.

A partir de los 40, la estatura baja casi un centímetro cada 10 años, un descenso que se acelera después de los 70. Al final de la vida podemos haber menguado entre 2,5 y 7,5 centímetros, según indican los gerontólogos Elisa Corujo y Domingo de Guzmán Pérez. Son cambios que no pasan desapercibidos en el espejo: menos altura, vientre redondeado y piernas y brazos más frágiles, que tienen un mayor riesgo de fractura debido a la porosidad de los huesos. Lo peor es que, a medida que menguan el tejido muscular, el depósito de grasa subcutánea y la masa ósea, la grasa adiposa campa a sus anchas.

Si, en los jóvenes, el tejido adiposo constituye el 20% del peso corporal,

 » Más información en elpais.es