Después de infectar la Universidad de Navarra (140 afectados en febrero de 2018) y la de Valencia (ocho afectados en octubre del año pasado), las paperas han llegado a Madrid a otro campus, el de la Universidad Pontificia de Comillas, y ya afectan a 33 personas. “Esto pasa todos los años; la comunidad está acostumbrada a lidiar con estos brotes”, dicen fuentes de la institución. En 2012 fueron más de 200 en Euskadi, y 255 en Navarra, coincidiendo con la javierada.
No es que el virus tenga predilección por los universitarios. Ocurre por una combinación de factores. Por una parte, de los tres componentes de la vacuna triple vírica -sarampión, rubeola y paperas, que se administra a los 12 meses con un refuerzo a los 4 años- la de la parotiditis es la que tiene menos eficacia, como explica Amós García Rojas, presidente de la Asociación Española de Vacunología. “Si en las otras es de más del 95%, esta está entre el 85% y el 90%”, dice. Pero, además, se da la circunstancia de que hay lotes de la vacuna de paperas –la Comunidad de Madrid alude a los fabricados entre 1985 y 1988 y entre 1995 a 1998–, con una eficacia menor. El motivo es simple: las cepas de virus usados esos años produjeron en la práctica una respuesta inmunitaria menor que la esperada por los ensayos.
El resultado es que un grupo peor protegido –el de los jóvenes que recibieron las vacunas menos potentes– convive estrechamente cuando ya han pasado 20 años desde que se vacunaron, con lo que aquel en el que “no había prendido la vacuna” puede contagiar a los de alrededor. “Se van acumulando los susceptibles” hasta que surge el brote, explica García Rojas. Eso sí, “van a pasar una enfermedad más leve”, indica. “En Canarias cuando nos dimos cuenta de que había una vacuna con menos eficacia revacunamos a los niños”, afirma el médico. Cataluña llamó en 2012 a 17.000 personas a recibir la inmunización después de un brote.
Las paperas son una enfermedad que inflama las glándulas salivares.