“Mi familia me decía que todos se burlaban de mí porque soy flaca y fea, y que debía solucionarlo para que me convirtiera en bella y gorda porque así les honraría en la sociedad y nos haría felices. Pero eso era una trampa para mí y no lo sabía”, recuerda ahora la mauritana Choueina Ahmed M’Barik a sus 24 años desde Nouakchot, la capital de Mauritania. Habla de cuando tenía 13 y sus padres le obligaron a comer a la fuerza para poder casarla con su primo. Sufrió el llamado gavage o lebouh, una práctica tradicional de la zona, cada vez menos común, que consiste en engordar a las niñas para casarlas con más facilidad allí donde la obesidad es la medida de la belleza y la riqueza. Toneladas y toneladas de leche de camella beben estas niñas para cumplir con una concepción ya registrada en los escritos de los misioneros del siglo XIX que coincide que un dicho maure que versaba: “La mujer ocupa la atención de su espacio”.

“No hay datos precisos de cuantas niñas están todavía sumidas en ella, pero persiste de dos formas. La tradicional es más común en zonas rurales y está alentada por la familia. Esta se basa en dar de beber mucha leche, comer de forma permanente y moverse poco. Y despúes está la versión moderna, que incluso a veces decide la propia joven, que consiste en tomar corticoides y fármacos de animales para poder engordar. Más vinculada a zonas urbanas”, detalla la activista Aminatu Mint El Moktar, presidenta de la Asociación de Mujeres Cabeza de Familia y candidata para el Premio Nobel de la Paz en 2015. “Estamos haciendo programas de concienciación por los pueblos puerta a puerta, emisiones en televisión… para sensibilizar del peligro que supone. Muchas mueren, otras tienen crisis cardiacas, reumas, deformaciones, les sale vello facial, sufren ansiedad, dolores en el cuerpo, no pueden dormir. Se vuelven frágiles y pueden acabar con irreversibles desórdenes mentales”, añade Mint. El Gobierno de Mauritania también realiza campañas con los efectos nocivos de esta práctica.

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