Empieza el curso y, como en el inicio de año, los buenos propósitos se acumulan. Uno de los más recurrentes suele ser dejar de fumar, un hábito que, pese a aumentar el riesgo de innumerables enfermedades, no es tan fácil de abandonar como pueda parecer. La ciencia investiga recursos para ayudar a conseguirlo poniendo el foco en el terreno alimentario, por extraño que pueda parecer.

La clave de la adicción al tabaco está en la nicotina, sustancia que no solo provoca una dependencia física (una vez iniciado el hábito se necesita cada vez más cantidad), sino también mental y emocional, de ahí la dificultad de dejarlo y los síntomas de abstinencia. Entre estos, los más habituales son mareos, irritabilidad, ansiedad, trastornos de sueño o problemas de concentración.

Pese a que el tabaco está detrás de innumerables patologías, también de carácter grave y mortal como es el cáncer, y pese a que las autoridades sanitarias han reforzado las campañas de concienciación, en esta situación de dependencia se encuentran ahora mismo 1.300 millones de personas todo el mundo, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). En España, se calcula que fuma a diario el 16,4 de mujeres y el 23,3 por ciento de hombres.

Estudios científicos recientes se han interesado por averiguar cuáles son las barreras más importantes a las que se enfrentan las personas fumadoras cuando quieren abandonar este hábito y también qué tipo de recursos necesitan para conseguirlo.

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