Santiago Vallejo abre las puertas de su casa en Colmenar Viejo, al norte de Madrid, un miércoles a media mañana rodeado de sus dos gatos y con una carpeta llena de documentos. Lo tiene todo milimétricamente ordenado. Habla de manera pausada, calmada, como alguien que está acostumbrado a captar la atención de su interlocutor. Es profesor de biología y geología, tiene 53 años y se las ha ingeniado siempre para hacerlo con sus alumnos. Hoy, de baja desde hace un año y medio de manera continuada, preferiría estar con ellos, dándoles clase. Pero no puede. Sufre una diabetes de tipo I que le obliga a trabajar cerca de casa y, esa condición, recomendada por su médico, no la ha respetado la Consejería de Educación “por un error técnico”, lo que le ha provocado un trastorno depresivo. “La Comunidad me está maltratando sin hacer caso de las recomendaciones de mis médicos ni de sus inspectores médicos”. Vallejo ha denunciado a la administración por dos causas diferentes. El juez ya le ha dado la razón en una. En mayo se pondrá sobre la mesa la segunda.

El conflicto de Vallejo con la Comunidad está ligado íntimamente a su enfermedad. Por eso todo gira en torno a ella, pese a que su diabetes no le impide hacer su trabajo. El profesor lleva dando clases 21 años, es funcionario desde hace 15 y, durante todo este tiempo, ha trabajado en diferentes institutos de Madrid. Tres Cantos, Collado Villalba, Las Rozas, Torrejón de Ardoz… Ha ido cambiando de municipio sin problema, a la espera de que le dieran un destino definitivo.

Mientras, ha lidiado con una enfermedad que no llegó de la noche a la mañana. A los ocho años le diagnosticaron una diabetes tipo I que siempre ha sido muy lábil, con picos constantes de hiperglucemia e hipoglucemia, por lo que para mantenerla a raya ha tenido que controlar los horarios de las comidas, de las inyecciones de insulina y un ejercicio físico pautado. Si organiza bien esas “tres patas básicas”, puede hacer una vida prácticamente normal.

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