En los últimos años, la vitamina D se ha convertido en un suflé que «todo el mundo pide» y «todo el mundo prescribe», incluso a población no deficitaria; la disparidad de criterios ha llevado a especialistas en salud ósea a urgir un consenso sobre para qué, para quién y en qué dosis sirve realmente.

«Lo correcto es buscar la deficiencia en casos concretos y, cuando se detecta, corregirla, pero generalizado, no; a todo el mundo, no; de manera preventiva, no. El café para todos, no. Hay que especificar y seleccionar a quiénes», comenta Manuel Sosa, catedrático de Medicina de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y responsable de la Unidad Metabólica Ósea del Hospital Universitario Insular.

Tradicionalmente, y hasta hace no mucho, se pensaba que la única utilidad de la vitamina D, -que este experto prefiere llamar hormona D-, era ayudar a mineralizar el hueso en casos de osteoporosis y que su falta producía enfermedades óseas como la osteomalasia o el raquitismo.

Sin embargo, el conocimiento sobre ella ha crecido exponencialmente en los últimos años y ya se sabe que, además del hueso, actúa «en prácticamente todas las células del organismo»; son los denominados efectos extraóseos de la vitamina D y que «son enormes», pues van del campo de la inmunidad al de las enfermedades infecciosas y cardiovasculares,

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