Ocho de marzo de 2019. Día de la Mujer. La firma de lencería Hunkemöller presenta a la imagen de su nueva campaña, la modelo curvy Danielle Van Grondelle. ¿El eslogan? «Celebrando la belleza». En paralelo, la compañía lanza una serie de entrevistas en formato podcasts subidos a Spotify. En el primer episodio, adelanta en una nota de prensa, Grondelle hablaría «llena de positivismo y autoestima» a favor de la belleza de cualquier tipo de cuerpo. «Da igual cómo me llames, modelo ‘curvy’ o modelo de talla grande. Mi cuerpo es el que es y mi culo va a ser el mismo. Nunca vas a gustarle a todo el mundo, pero lo más importante es aceptarte a ti misma y que seas feliz. Todo es posible. Mantente positiva y atrévete a dar el paso», argüía la modelo.
Las modas y reglas sobre los cuerpos (especialmente femeninos) vienen de lejos. En la época victoriana, la lucha consistía en deshacerse de los corsés y los miriñaques que oprimían la figura. Existían los movimientos Reforma de la Vestimenta y la Sociedad para la Defensa de la Vestimenta Racional, desde donde se defendía que las mujeres debían llevar pantalones. En la segunda mitad del XIX, las féminas entradas en carnes se consideraban la viva estampa de la buena salud. Los cuerpos esqueléticos eran «intolerables, tanto para los dioses como para los hombres», escribió en 1870 el médico y antropólogo Daniel Garrison Brinton en el libro Belleza personal.
Tres décadas después, las tornas se dieron tanto la vuelta que el periodista de The Saturday Evening Lew Louderback publicó Más gente debería ser gorda, un ensayo en el que cargaba contra los que veían la gordura como un problema derivado de sentimientos de inferioridad o de inseguridad que se podían tratar (tanto él como su mujer eran «gordos por naturaleza» y estaban hartos de andar permanentemente a dieta para encajar en el canon estético). El ensayo cimentó las bases para el primer movimiento organizado en este campo: la Asociación Nacional para el Avance de la Aceptación de la Gordura (Naafa,