El coronavirus ha cambiado la vida de Madrid. De su día a día, de sus trabajos, de sus ciudadanos y de los centros sanitarios, que se han convertido en el epicentro que conviven con la calma tensa, el nerviosismo y el COVID-19 en primera persona. Sin embargo, en los alrededores de los 33 hospitales públicos y de los 50 privados con los que cuenta la Comunidad, se respira una sensación similar a la de cualquier domingo. Poco ruido de ambulancias, poco movimiento, muchos taxis esperando un pasajero y un goteo de pacientes acudiendo a su cita programada, en algunos casos, hace meses. «A priori hay normalidad absoluta y no he visto nada extraño salvo alguna persona con mascarilla», confiesa Rosario, que acude a una cita con oftalmología en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid.

La aparente calma se mantiene cuando se cruzan las puertas de entrada al recinto hospitalario. Personal sanitario esperando en ventanilla la llegada de algún paciente, poca gente en los pasillos y un par de personas con mascarilla –como marca el protocolo- esperando su turno. Otra cosa es cuando llega una ambulancia. Ahí saltan todas las alarmas y más cuando el conductor y el técnico que le acompaña llevan mascarilla y un traje de protección sobre su indumentaria habitual. El nerviosismo en torno al vehículo y la rapidez de movimientos indican que estamos ante un posible paciente con coronavirus. Se activan los protocolos.

Los pacientes que llegan a urgencias pasan a una zona restringida en la que tienen a todos los que presentan síntomas respiratorios. «Es una zona aislada del resto, pero están todos juntos», dice una enfermera. «Se les da una mascarilla y se les va evaluando en un box específico para patologías respiratorias y, dependiendo de la gravedad, se les va haciendo una cosa u otra. «A todos los pacientes se les hace una analítica, no una prueba de coronavirus,

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