En los últimos meses de 2020 y primeros de 2021 hemos sufrido una incidencia inusualmente baja de gripe estacional debida a las medidas de distanciamiento social y prevención frente a la Covid-19. Curiosamente, ha ocurrido todo lo contrario con la gripe aviar, que lleva meses provocando brotes graves en aves de casi todo el planeta.

La gripe aviar es una de las enfermedades infecciosas que más severamente afectan a la avicultura, pues provoca elevada mortalidad y enormes pérdidas económicas. Además, los brotes causados por este virus tienen graves repercusiones en la seguridad alimentaria. En muchos países la carne y los huevos de las aves de corral son la fuente principal de proteína, y su escasez puede llevar a la desnutrición de la población.

A todo ello hay que añadir el riesgo que esta enfermedad animal representa para la salud pública, puesto que algunas cepas del virus son zoonóticas.

Es importante destacar que existen dos tipos de cepas (o «patotipos») de gripe aviar: las de baja y las de alta patogenicidad. Estas últimas producen una infección letal en un alto porcentaje de las aves infectadas. Salvo raras excepciones, solo dos subtipos (H5 y H7) son capaces de generar cepas altamente patógenas para las aves. Algunos de ellos tienen,

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