La palabra inflamación acostumbra a tener una connotación negativa. Sin embargo, se trata de un mecanismo de defensa activado por el sistema inmune cuando detecta un intruso externo como, por ejemplo, patógenos (bacterias, virus y otros organismos que causan infecciones), toxinas o traumatismos. El problema es que en ocasiones el organismo no consigue eliminar esos intrusos, o confunde sus propias células o tejidos con elementos dañinos, tal y como señala la Biblioteca Nacional de medicina de EE UU. En esos casos se desarrolla la conocida como inflamación crónica o sistémica, la cual dura largos períodos de tiempo, desde meses hasta años. Una enfermedad en la que juega un papel clave la dieta.

Cuando se sufre inflamación crónica, el cuerpo está en un constante estado de alerta. Sus síntomas frecuentes son el dolor corporal, principalmente en articulaciones y músculos, fatiga crónica e insomnio, depresión, ansiedad, trastornos de humor, complicaciones gastrointesinales (estreñimiento, diarrea y reflujo gastroesfágico), ganancia o pérdida de peso e infecciones frecuentes.

La liberación de compuestos químicos inflamatorios puede afectar a diferentes sistemas del organismo y ser la causa o consecuencia de múltiples enfermedades. Estas son las que se relacionan frecuentemente con la inflamación:

  • Alzheimer.
  • Esclerosis múltiple.
  • Parkinson.

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