Para que se produzca una enfermedad causada por un agente infeccioso, no es suficiente que exista dicho agente, sino que este ha de transmitirse y afectar a una persona que sea susceptible a padecer la enfermedad causada por esa infección.

Es decir, hay tres eslabones en la llamada cadena epidemiológica.

En primer lugar, el agente infeccioso debe ser capaz de multiplicarse en cantidades suficientes para provocar la enfermedad.

En segundo lugar, el agente infeccioso debe de transmitirse desde la fuente hasta el sujeto susceptible de enfermar.

En tercer lugar, el destinatario o sujeto susceptible tiene que tener accesible la vía de entrada y, una vez que el agente infeccioso ha accedido al sujeto, este podría (o no) enfermar.

Desde un punto de vista práctico, el coronavirus tiene un tejido diana. Es decir, un tejido en el que el virus se siente cómodo y en el que se multiplica con rapidez. Este tejido es la vía aérea, fundamentalmente la cavidad nasofaríngea, nariz, boca, garganta y faringe.

A partir de este tejido, invade la cavidad pulmonar y se elimina por la respiración. En este sentido y puesto que es un agente infeccioso que no conocíamos hasta ahora, todos los seres humanos somos sujetos susceptibles.

El principal mecanismo de transmisión,

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