Los datos hablan por sí solos. Los ahogamientos siguen constituyendo una de las principales causas de mortalidad infantil durante los cinco primeros años de vida. Siete de cada diez se producen por un despiste momentáneo de los padres o los cuidadores y bastan apenas 20 segundos para que un niño se ahogue.
Una estremecedora realidad que puede llevar a preguntarnos, ¿cuál es la edad recomendable para que un niño aprenda a nadar? Porque si bien es cierto que saber nadar puede constituir un importante seguro de vida para nuestros hijos debería ser todavía mucho más importante tener consciencia de cuándo realmente están preparados para ello.
Resulta cada vez mas frecuente ver en redes sociales controvertidos vídeos de prácticas con bebés de pocos meses a los que se les enseña a darse la vuelta tras lanzarles a la piscina sin apoyos. Algunos lo consideran todo un método de tortura que puede originar traumas en el niño; mientras que otros opinan que puede tratarse de un sistema eficaz para salvar vidas.
Más allá de la polémica, la Asociación Española de Pediatría aconseja, por un lado, que los niños aprendan a nadar alrededor de los cuatro años (momento en el que ya son capaces de adquirir autonomía dentro del agua, desarrollar movimientos propios de la natación y a atender las instrucciones de un monitor) y, antes de ello, a ayudarles a familiarizarse con el agua de una forma sana y divertida que les ayude, además, a perder el miedo.
Por lo tanto, hay que diferenciar claramente entre aprender a nadar, algo que solo ocurrirá cuando los niños tengan la destreza necesaria para adquirir los movimientos coordinados que requiere esta práctica; y la matronatación, práctica que se puede iniciar mucho antes y que se centra en el disfrute y adquisición de ciertas habilidades, en familiarizarse con el agua y en estrechar los vínculos del bebé con sus padres, que le van a acompañar siempre en las sesiones.
Algunos expertos consideran que los bebés están preparados para su práctica desde que nacen – no en vano han pasado los nueve meses previos al nacimiento rodeados de líquido amniótico- sin embargo, la mayoría piensa que se debe retrasar hasta los seis meses de vida cuando el sistema inmunológico del niño está más maduro y se reducen las posibilidades de contraer infecciones como, por ejemplo,