Cuando se vea con perspectiva, quizá 2018 sea recordado como el año en que la sociedad tomó conciencia de una nueva adicción, tan peligrosa como las ya conocidas a las drogas, al alcohol o al tabaco. En junio, la Organización Mundial de la Salud incluyó la adicción a los videojuegos en su lista de enfermedades mentales. En España, el Ministerio de Sanidad ha aprobado la nueva Estrategia Nacional sobre Adicciones, en la que se incorporan, por primera vez, las adicciones sin sustancia: a las nuevas tecnologías y también a los videojuegos.

Según datos ministeriales, casi el 20% de los jóvenes españoles de entre 14 y 17 años es adicto a las pantallas. Cambios en las conductas sociales, malas notas, irritabilidad si no están con sus teléfonos y alteraciones del sueño y la alimentación de una lacra que también afecta a los mayores de edad: el 77% de la población padece nomofobia, que así se denomina el miedo irracional a no poder utilizar el teléfono móvil.

El psicólogo Marc Masip fundó en 2012 el Instituto Desconect@, un centro que trabaja para educar en el buen uso de las redes sociales y que cuenta con un hospital de día para adolescentes y una unidad de escolarización para jóvenes con problemas académicos. «Estamos haciendo frente a una epidemia que no entiende de razas o de dinero. Hasta los niños de familias con menos recursos tienen un ‘smartphone’», avisa Masip.

«Las redes te están haciendo infeliz y te están convirtiendo en un idiota», afirma Jaron Lanier

Por las aulas de su centro pasan adolescentes como María (nombre ficticio), de 15 años, que pasa todo su tiempo libre conectada. Tanto que, en Semana Santa, volvió con su padre tras comprobar que la casa en la montaña que había alquilado su madre (el matrimonio está divorciado) no tenía wifi. Empezó a engordar y en el colegio comenzaron a insultarla,

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