Dijo Pasteur que la suerte solo favorece a las mentes preparadas (le hasard ne favorise que les esprits préparés). Quizás por ello cuando, a la vuelta de vacaciones, Alexander Fleming se encontró que un hongo había contaminado sus cultivos de estafilococos, no se conformó sin más. En lugar de tirarlos a la papelera observó que, cerca del hongo, las colonias de estafilococos habían muerto.
Aquella observación dio pie al descubrimiento de la penicilina, que inauguró la era antibiótica. Y créanme si les digo que los que vivimos en esta era somos unos privilegiados en la historia de nuestra especie.
Los antibióticos son sustancias con la extraordinaria capacidad de matar bacterias sin hacer daño al paciente que sufre la infección. Son, probablemente, junto con las vacunas, uno de los avances científicos más importantes en medicina.
Antes de la era antibiótica, las infecciones bacterianas constituían la primera causa de muerte en el planeta. Por eso enfermedades como la peste, la tuberculosis, la lepra o el cólera son parte inherente de nuestra historia. Esto pareció llegar a su fin cuando los antibióticos irrumpieron en escena.
Pero no era tan sencillo. El primero en advertirlo fue el propio Fleming. En 1945, en su discurso de obtención del premio Nobel,