Estamos en un mundo muy complejo y lleno de ambigüedades, de ahí que busquemos con ansiedad la seguridad de un suelo firme en el que pisar para tomar decisiones.

Una de esas superficies seguras que buscamos cada vez con más premura es el dato. Así, hoy es muy común oír hablar de métricas, business analytics, big data… Son herramientas poderosas e imprescindibles en nuestros trabajos: sin ellas es imposible avanzar. Sin los datos y su adecuada lectura se realizarían trabajos sin ninguna utilidad y sin sentido.

Pero estos datos y estos indicadores encierran peligros que pueden hacer llevar a los que los usan a errores monumentales, basten dos ejemplos históricos de dos usos equivocados y de consecuencias desastrosas.

El dato reificado

En el periodo más duro de la guerra de Vietnam el ejército estadounidense buscaba algún indicador para demostrar la eficiencia de su trabajo. Aquella penosa guerra no proporcionaba datos claros sobre su curso, no había frente, los avances en el territorio eran efímeros y muchos soldados murieron para conquistar una colina que al día siguiente era abandonada. Pero era una guerra moderna en la que se invertían muchos esfuerzos humanos, sociales, económicos y políticos. Era necesario tener indicadores objetivos para saber cómo iban las cosas.

El general Westmoreland y el secretario de defensa Robert McNamara, antiguo presidente de Ford, precursor del uso de los cinturones de seguridad y luego pionero en la disciplina policy analysis, en su búsqueda de un dato que les ayudara a tener una referencia objetiva del curso del conflicto, dieron por bueno el indicador «número de muertos» del enemigo. Así que, con eficiencia industrial, después de cada batalla, escaramuza o emboscada había que hacer recuento de cadáveres del enemigo y reportar a la autoridad.

Un antiguo combatiente de la guerra del Vietnam nos dice, con gesto triste, en el magnífico documental sobre esa guerra de Florentine Productions:

«Si no puedes contar lo que es importante,

 » Leer más