El término antojo en alimentación es un tanto difuso porque puede llevar a confundir un momento puntual, ese caprichito o guilty pleasure que es extraordinario, con un hábito. En el segundo caso hablamos de una práctica regular, cotidiana, que sí tiene incidencia en nuestra salud. Azúcares y grasas que aparecen automáticamente en nuestra mente para satisfacer el apetito pueden ser sintomáticas de un estado emocional alterado. Lo mejor es pararse y pensar: ¿Tengo realmente hambre?

Tanto los dulces como la famosa comida basura tienen sabores y aspecto especialmente apetecibles: aparecen como la opción más rápida para saciarnos. Solo con verlos se produce un sistema de recompensa del cerebro que hará que nos sintamos bien en cuanto los ingiramos. Edulcorantes, aditivos, harinas refinadas… La fórmula no falla. Pero si nos detenemos por un instante, como indica Lisa Young, nutricionista y profesora en la Universidad de Nueva York, se encuentran fórmulas más sanas y fáciles.

La clave es la alimentación consciente

Para esos momentos en los que la mente te invita a decantarte por algo insano, normalmente muy a mano en la calle, Young da una alternativa: una pasa. Es un alimento pequeño, fácil de llevar en el bolsillo o bolso, y cuyo sabor engañará oportunamente al cerebro cuando nos esté mandando señales sobre la necesidad de comer algo dulce.

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