Era solo cuestión de tiempo que la realidad desmontara el triunfalismo de Donald Trump con la supuesta contención del coronavirus en EE UU, pero no tardó nada. El jueves por la tarde, se vanaglorió de que solo había 15 infectados, todos ellos repatriados de otros países, de los cuales solo uno estaba hospitalizado, ocho recuperados y el resto en proceso. «Y a medida que se curan los quitamos de la lista y pronto solo tendremos uno o dos, y por muy poco tiempo», dijo.

Al día siguientes había 65 contagios. Al otro, el primer muerto. El domingo, el segundo. Y este lunes, al empezar el día, 88 casos. Todo indica que el número de infectados es mucho mayor, pero las autoridades han sido enormemente conservadoras a la hora de confirmar los casos, al no querer hacer las pruebas a quienes no coincidiesen estrictamente con los criterios establecidos, que se expanden a medida que se conoce más sobre el virus.

En el Estado de Nueva York, donde solo la ciudad recibe cada año a 65 millones de turistas, apenas se había aplicado la prueba a 32 personas, de las que dos han dado positivo. Una de ellas es una joven enfermera que vive en Manhattan y regresó recientemente de Irán. Ella misma tomó las primeras medidas e insistió en la necesidad de que se verificase su enfermedad.

Más notoriedad ha tenido el caso de un joven de 30 años que ha contado la frustración de sufrir todos los síntomas tras volver de Japón, pero no ha conseguido que el Centro de Control de Enfermedades autorizase la prueba en el hospital que lo trató. El joven se ha puesto a sí mismo en cuarentena en su apartamento de Brooklyn. En total, el CDC ha hecho 3.600 pruebas.

Además de Nueva York, los casos confirmados han aparecido en Rhode Island, Florida, California, Illinois, Oregón y Washington.

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