Ángel Hernández y María José Carrasco, en octubre en su casa en Madrid. Carlos Rosillo

Ángel Hernández y María José Carrasco lo tenían claro. El día que ella lo decidiera, él la ayudaría a quitarse la vida. Carrasco tenía desde hacía 30 años una esclerosis múltiple. En octubre pasado, cuando recibieron a EL PAÍS en su piso de Madrid, manifestó, con la voz gutural de quien está al borde de la asfixia, la única causa por la que no había dado el paso: “Él no tiene miedo, pero yo sí”. Se refería a lo que le podía pasar a su marido si la ayudaba. Nadie sabe qué ha pasado en aquella casa estos seis últimos meses, pero el miércoles, Hernández le preparó la medicación definitiva. Ella la tomó. Él ha sido detenido.

“Quiero el final cuanto antes”, decía en octubre Carrasco, de 61. Secretaria judicial, había sido una mujer activa, inquieta. Pero hacía ya años que el piano que tocaba había enmudecido, que los pinceles con los que pintaba se habían cegado. Con los años de enfermedad y deterioro, llegaron las barandillas en los pasillos, cayó un tabique para hacer más amplia la habitación. Se fueron las puertas que dificultaban el paso de la silla de ruedas. Todas, menos la del baño pequeño, el que usaba Hernández, de 69 años. El grande ya no tenía bañera, era un enorme plato de ducha. Prácticamente paralizada y con problemas de visión y audición, la tele del salón había crecido para que los dos pudieran ver películas antiguas, porque lo que dan por la tele no les gustaba.

La detención tuvo lugar este miércoles, cuando los agentes se personaron en una casa ubicada en la calle Federico Carlos Sáinz de Robles, en el distrito de Moncloa Aravaca, tras ser avisados por los sanitarios del SUMMA, a los que Hernández contó que había suministrado una sustancia para provocar la muerte a su mujer. Está previsto que pase este viernes a disposición judicial.

Como hiciera Ramón Sampedro hace 21 años, la pareja ha dejado grabado el proceso durante el que ella se toma la medicación letal.

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