Según la Organización Mundial de la Salud, la obesidad es una epidemia global. Además, se asocia con numerosas enfermedades como los trastornos cardiovasculares, la diabetes, la hipertensión y algunos tipos de tumores. Nos enfrentamos, pues, a un gran problema de salud, especialmente en algunos grupos de población donde se observa un incremento alarmante, como en el caso de la obesidad infantil. La buena noticia es que este mal se puede prevenir. Nuestro estilo de vida, alimentación y grado de sedentarismo determinan en gran medida la probabilidad que sufrirla. Sin embargo, no todo es consecuencia de los factores ambientales: nuestra genética también influye. En las últimas décadas, grandes consorcios de investigadores internacionales han estudiado genéticamente centenares de miles de personas y han estimado que nuestros genes contribuyen un 20 % en la determinación del índice de masa corporal. Esta medida clínica se calcula dividiendo los kilogramos de peso por el cuadrado de la estatura en metros. Y aunque se han identificado cerca de un centenar de genes implicados en la obesidad, solo se conocen un 2,7 % de los responsables de su desarrollo. Por tanto, se necesitan aún muchos estudios para poder explicar las interacciones complejas entre nuestro ADN,

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