En el calendario de bachillerato, el círculo en rojo que marca el inicio de la Selectividad está a solo dos semanas vista. Mientras, miles de universitarios apuran sus últimas horas de estudio antes de sus pruebas del segundo cuatrimestre, que algunos campus empiezan ya a celebrar estos días. En plena época de exámenes, la lista de preocupaciones es infinita. Tanto, que la alimentación queda relegada al último puesto o, directamente, fuera de ella. Los hábitos se relajan y las promesas de comer bien desaparecen… precisamente en el momento en que más falta hacen. La mente pide un extra de combustible y la dieta, además de servir para controlar el estrés, tiene un impacto directo en los resultados: cuanto mejor se come, mejor es también el rendimiento académico.

“Si fueras un corredor y te estuvieras preparando para los 5.000 metros, sabrías lo que tienes que desayunar el día de la carrera, pero también la semana previa y el mes antes. Cuando un alumno se enfrenta a un examen importante, ¿qué ha tomado para desayunar? Es hora de que tratemos el aprendizaje como si fueran unos Juegos Olímpicos”, aseguraba el experto en innovación educativa Stephen Heppell en una entrevista con este diario. Pero lo cierto es que, lejos de tratar la dieta de los estudiantes como la de un atleta, su alimentación es muy mejorable.

Un estudio realizado en 2010 con casi 1.000 alumnos de la Universidad de las Islas Baleares, publicado en la revista Public Health Nutrition, señala que la dieta de estos universitarios era pobre en cereales, frutas y verduras, pero abundante en carne procesada, dulces, refrescos y snacks. Comer sano no es una preocupación extendida en los campus. Según una encuesta de 2018 sobre el estilo de vida de los universitarios que la empresa Sodexo realizó en seis países (España, Estados Unidos, Italia, Reino Unido, China e India), solo un 26% de los alumnos españoles considera “esencial” comer sano. Es el segundo porcentaje más bajo,

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