Utilizar una buena toalla después de la ducha es una medida de higiene imprescindible para absorber la humedad corporal y terminar de limpiar la piel como es debido. Sabemos que secarnos perfectamente es importante para evitar problemas como hongos y otras afecciones cutáneas, pero quizá nunca hemos pensado en la periodicidad con la que debemos lavar esa toalla para evitar males mayores.

El hecho de que la felpa de la toalla esté en contacto con la piel húmeda convierte este gesto en un caldo de cultivo para la proliferación de todo tipo de bacterias. Si la toalla no está limpia porque la estamos reutilizando y quedan ‘restos’ de la ducha anterior, esas bacterias se van a extender por todo el cuerpo y nuestro sistema inmunitario va a tener que trabajar más de lo habitual.

¿Qué sucede cuando nos secamos con una toalla tras la ducha?

Aparte de tener en cuenta que después de un baño o ducha hay que secar la piel con mimo, sin frotar, y con una toalla que tenga la calidad suficiente como para absorber el exceso de humedad sin dejar nada, hay otras cuestiones a tener en cuenta.

Y es que cuando nos secamos, en la felpa de la toalla se depositan las células muertas de nuestra piel.

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